Real, mágico, pero real
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Joder, esta frase, por sí misma, ya puede considerarse un microrrelato en toda regla y con todos los honores. Sin embargo, es la primera de muchas otras con las que forma, algunos lo habrán adivinado, la referencia en esto que se ha llamado después como realismo mágico: Cien años de soledad.
He tenido la suerte de habérmelo encontrado en el TopBooks (jodida tienda donde cada vez que entro salgo con un poco más de cultura y un poco menos de dinero) y habérmelo leído durante y tras el viaje.
Y tengo que decir que me ha encantado.
Macondo, una ciudad perdida del mundo, solitaria en definitiva, ve pasar la vida de varias generaciones de la familia Buendía. Así de simple, así de complejo, así de genial.
Di que por el medio me ha costado un poco seguir la pista a tanto Aureliano (Segundo) o José Arcadio (Segundo) y Remedios, Úrsula o Amaranta. Porque con tantas idas y venidas de tiempo es lioso seguir la vida de todos, de manera que mucho antes de la muerte de alguien se sabe que no ocurrirá hasta que llegue no-sé-qué-situación, como la que se describe en el principio, que se sabe que el bueno de Aureliano no va a morir, al menos, hasta que esté frente a un pelotón de fusilamiento.
Este ejercicio de coherencia con lo contado varias decenas de páginas antes es alucinante y digno de un estudio que no me veo con fuerzas de acometer en solitario.
Pero no sólo esto, sino que el realismo mágico se recrea en su esencia como un cerdo en un charco, campando a sus anchas por toda la historia. Desde un personaje atado a un árbol subsistiendo como si nada durante años, hasta épocas de lluvias imperturbables a lo largo de años. Y no pasa nada, todo es perfectamente asumido por todos, porque no deja de ser algo real, mágico, pero real.
Por otro lado, dicen, que esta es la segunda mejor obra de la literatura en castellano. Supongo que siempre ocurre que nadie se acuerda del segundo, porque mi interés por leer esta novela vino a cuenta de una encuesta a pie de calle en la que se invitaba a los viandantes a acertar la novela con esa primera frase del libro. Me alucinó ver cómo aquellos que parecían inmigrantes latinoamericanos la acertaban casi siempre, mientras que los españolitos de turno daban un levantamiento de hombros como respuesta. Admitiendo mi incultura y sabiendo que esa otra novela que dicen que es la primera y que los españoles siempre reconocen aunque de su nombre no quieran acordarse, me decidí a leer esa gran obra que, a pesar de ser la segunda mejor obra, es de hecho una gran obra.
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