Los amigos de mis amigos

Mi hermano postizo, al cual he hecho ya más de una referencia, además de liarse a correr cual etíope tras gacela, tiene, a su vez, otros dos hermanos.

Genéticamente tienen menos que ver que la mayoría de los hermanos, puesto que estos dos pintorescos personajes a los que me refiero son sus dos perros: Dino y Denis.

Las veces (menos de las deseables, pero casi todas las posibles) que he podido pasarme por allí de visita los perros me han recibido como a uno más, haciéndome cómplice de sus travesuras, comilonas de galletas untadas en cola-cao y carreras detrás de una pelota. Su dueño también.

Lleva con Dino creo que desde que tengo uso de su razón, pero Denis fue un caso especial. Unos desalmados lo iban a abandonar en la playa. Tras un
feliz encuentro en el paseo marítimo de la localidad en la que viven sus
dueños, el perro se quedó a vivir con
ellos. Las vacunas, la alimentación y sus buenas dosis de alegría familiar han hecho de él un perro sano, fuerte, enérgico. Es todo alegría de vivir y ganas de disfrutar de cada minuto de que dispone.

Dino en cambio siempre ha sido más tranquilo, más sentido, más sensible, más comunicativo. Parece que te habla cuando te mira, entiendes que hay algo que quiere hacerte saber con sus gestos, aullidos... sus ojos. Eso que se dice de que hay perros a los que sólo les falta hablar se hace realidad en él.


La semana pasada recibí un correo en el que se me decía que Dino no se encontraba bien. Desde septiembre había perdido apetito y peso, la expresión de su cara ya no era la misma.

El sábado miré el correo otra vez y vi un espeluznante tenemos que tomar una decisión. Parecer ser, según supe después, que el pobre animal ha desarrollado un cáncer linfático que se lo está consumiendo por dentro.

El lunes, siempre asqueroso, esta vez fue un poco peor.

Este es el párrafo literal que recibí:


Ayer, domingo, me levanté pronto. Quería ver el gran premio de China de Fórmula Uno. A las siete de la mañana estaba en la calle. El cielo, totalmente despejado. En él Marte, naranja y brillante. En esto, por el lugar donde estaba mirando, pasa una línea blanca a toda pastilla...

"Una estrella fugaz", pensé...

"Ah, no. Es Dino, mi perro, corriendo detrás de una pelota".

Y le di las gracias por decirme que está bien en el lugar en el que está desde el sábado por la mañana...



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Hasta siempre, amigo

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