Corre, Forrest, Corre

Hoy hay una noticia que eclipsa a todo lo demás.

Resulta que este fin de semana mi hermano postizo se ha hecho mayor. Siempre ha sido mayor que yo, pero es que esta vez ha superado algo que no muchas personas en el mundo pueden decir que han hecho.

En los tiempos universitarios, cuando las tardes sin prácticas ni clases se pasaban dormitando con el sol en los pies y un animalillo correteando por los documentales de la 2, una idea se atropelló en las cabezas calenturientas de dos individuos masculinos que compartían cuarto.

No se sabe muy bien como, comenzamos una campaña contra la osteoporosis (a nuestra edad...) consistente en un par de yogures a media tarde y ejercicio rutinario. En realidad intentábamos conseguir la puñetera "Y" para completar la palabra "P-L-A-Y-S-T-A-T-I-O-N" y conseguir el premio (gracias a que no nos salió nunca acabamos la carrera...), y echar una carrerita tras la siesta en la pista de atletismo para sacudirnos el hastío del estudio continuo.

Las primeras carreras constaron de tres o cuatro vueltas a la pista (de 400 metros, para los más profanos) a trote cochinero, de modo que no eran nada reseñable. Mi compañero de vueltas siempre decía que él nunca había sido de correr. Yo al menos había hecho mis pinitos en el equipo de baloncesto en mis tiempos, así que hice de gurú deportivo en aquellos inicios.

Poco a poco, la desesperación de no encontrar la "Y" y acumular "A"-es dejó paso a la satisfacción de correr cada vez más vueltas. 5, luego 8, luego 12, luego 15. Una de esas veces, cuando ya bajábamos corriendo hacia nuestro garito, alguien dijo algo como:

- Joder, hemos corrido nosecuanto y voy super bien - en buena hora.
- Pues si quieres seguimos - ¡no, loco!
- Pues dale - a ver si tienes huevos.
- Pues venga - no voy a tener.

Así, después de correr lo típico diario, nos embarcamos más allá de nuestro conocimiento. Corrimos más que nunca. Calculamos que unos 12 kilómetros.

La explicación que yo le di para que pudiera comprender que pudo correr tanto fue el ritmo. Cada uno tiene un ritmo en el que se siente cómodo y en el que puede correr hasta donde le lleve su corazón. Las piernas se cansan, la cabeza puede decirte que pares, pero el que realmente te hace parar o seguir es el corazón. Si tu corazón bombea a un ritmo en el que se siente cómodo, las piernas pueden acabar por desgastarse y la cabeza puede volverse loca, pero seguirás corriendo.

Creo que ese día, sin saberlo, abrimos una puerta. Es puerta quedó así, abierta, hasta hace más o menos un año, cuando él se propuso llevar el tema de correr a otro nivel: quería correr una maratón.

Imagina a un tipo que siempre ha creído que no podría correr más allá de unas pocas vueltas a una pista intentando correr una maratón.

Empezó corriendo varios kilómetros, con inspecciones médicas, y con un tipo de su redacción... ¡ah! es que olvidaba comentar que encima es periodista, de modo que la cosa tiene más mérito aún.


Decía que otro tío que sí que corre a mucho nivel (hace maratones, carreras de 100 kilómetros, barbaridades varias, etc) le ha servido de entrenador. Le ha ayudado a organizarse los entrenamientos, de modo que ha ido incrementando el número de kilómetros semanales con cierto control. Sé de semanas que ha hecho 50 o 60 kilómetros...

Ya corría medias maratones a 5:11 el kilómetro y la vez que más se lanzó corrió unos 30 de una tacada. Muchos le decían que ya podría con una maratón, yo lo sabía seguro.

Este sábado fue el gran día.

Me dijo que iba a correr su primer intento, sin presión, para ver si terminaba. 4 vueltas y un poco a un circuito de 10km. Su entrenador iba a correr una de 100 en el mismo circuito.

Por la mañana, a eso de las 12:00 pensé en cómo le estaría yendo.

Algo más tarde de las 15:00 me llamó.

Misión cumplida. Ya es maratoniano. Ya pertenece a esa elite de personas que pueden decir que han emulado a Filípides sin haber muerto en el intento (la otra elite es la que puede vivir sin trabajar (ya lo entenderéis)).

Tuve una gran sensación de victoria. Hago mía su victoria porque sabía que lo iba a conseguir. Además, él me hizo partícipe, recordando aquellas primeras carreras en la pista, echándome la culpa de todo lo que ahora le está pasando.

¡Qué alegría coño!

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