Este es el inicio de una gran amistad

Hoy es un gran día.

Es tu cumpleaños y has terminado todas tus tareas diarias. Tu madre te dijo que cuando terminaras podrías jugar un rato con la máquina de los marcianitos. La pobre nunca se imaginará que en realidad te encanta pasarte las horas pisoteando enemigos en tierras de leyenda, huyendo de los enemigos más duros hasta que seas lo suficientemente fuerte como para vencerlos. Es otro mundo en el que te adentras y vives como si fuera tuyo. En él, tienes una mujer y dos hijos que esperas acaben uniéndose a tu causa contra el malvado Servival, señor de todo lo que te rodea. Vas a acabar con él y a mostrarle el sabor de tu espada. Pero eso será más adelante, aún te queda camino por recorrer, enemigos que vencer, amigos que ganar y demás aventuras que pasar.

Enciendes la consola, coges el mando. Te dispones a sentarte, dentro ya de ese mundo de caballeros y magos que te fascina.

Mientras intentas recordar dónde te quedaste ayer, notas que el cable del mando se tensa. Para cuando te das cuenta de que el cable del mando se ha enganchado en un jarrón ya es tarde. Te estás dejando caer en el sofá, sabedor ya de lo que va a ocurrir.

El cable se tensa más, tu cerebro le dice a tu mano que suelte el mando, pero tu sistema nervioso no es lo suficientemente rápido. El jarrón favorito de tu madre, ese con el que lloró aquellas navidades, acaba de estallar en un millón de cristales a tus pies.

La música de inicio del juego nunca te sonó peor, la odiarás a partir de ahora. La acabas de liar y no sabes qué hacer.

Coges la escoba en un intento de borrar esa playa que se desparrama ante ti y no te deja pensar. Piensas que todo el mundo ha roto algo con 12 años, pero es que ese es el mejor regalo que ha recibido tu madre. No piensas en la regañina, ni en el castigo, sólo piensas en las veces que tu madre te ha dicho que no te sientes en el sofá cuando vayas a jugar. Ahora entiendes porqué lo decía. El dichoso cable. Lo miras con desprecio; descargar tu ira contra él te alivia por unos instantes, pero no te quita esa sensación de tiritona extraña del cuerpo.

Ya lo has barrido todo, puede que algún pedazo haya acabado debajo del sofá, pero te a igual. No pretendes esconder lo ocurrido, sólo querías quitarte de delante la prueba de tu error.

Estás viendo la cara de decepción de tu madre cuando, en medio de la desesperación, ves una vía de escape. Ves el cuadro de la crucifixión al otro lado de la habitación.

- Necesito confesarme. - piensas - si el señor me perdona ya no me sentiré mal.

Y vas a la iglesia.

El padre Ryan es un tipo muy simpático y siempre insistía en el valor del perdón. No es un cura, es tu amigo, tu entrenador del equipo de béisbol. Le ayudas de vez en cuando a encontrar el gato de alguna anciana o a llevarle las bolsas de la compra. Sueles participar en los preparativos de las misas los domingos. Acudes a la catequesis, aunque no sabes si lo haces por lo que se habla allí o por ver a Jenny. Según él estás en la edad en la que los chicos empiezan a interesarse por las chicas (u otros chicos, pero esto no te lo dice), siempre te ha dicho que puedes acudir a él con cualquier problema.

Él aliviará tu dolor. Aunque no se estuviera refiriendo a jarrones rotos.

Llegas a la iglesia y abres el portón. Te agachas y santiguas, más por un gesto propio de quien cumple las reglas para conseguir lo que quiere que por obligación o formas.

El padre Ryan te saluda sonriente como siempre, aunque su gesto cambia en cuanto nota que algo te ocurre.

- ¿Qué sucede? - pregunta con interés, pero con cierto tono que usan los mayores, como queriendo decir que no puede ser tan grave.

- Necesito confesarme. - su cara se alegra. No lo comprendes, pero una sonrisa habita su boca.

- Vamos.

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Nunca se habla de lo que aquí pasa


Tras varios minutos sales del confesionario. No sabes muy bien qué ha pasado, pero ya no te sientes mal por tu madre, ni siquiera recuerdas los cristales desparramándose por el suelo del salón. De hecho, no puedes siquiera describir cómo te sientes.

Te giras buscando una explicación y ves al padre Ryan saliendo del confesionario. Te saluda con una mano mientras con la otra acaba por ajustarse el cinturón. Su sonrisa no es igual que antes.

Vuelves a casa. Tu cabeza está en blanco, no puedes pensar en nada. Tu mente preadolescente aún no es capaz de asimilar lo que te acaba de pasar.

Cuando llegas tu madre está en la puerta con cara de enfada.

Pero ya no te importa.



Historia ficticia, basada en un hecho real. Toda coincidencia con al realidad es... eso, pura coincidencia.

P.D: ¡¡¡ PERO QUÉ HIJODEPUTA !!!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

porque existen mujeres feas en el mundo

Gorka dijo...

Hola,

gracias por el comentario, pero lo flipo...

???