Perfección Imperfecta

No podía creérselo, no podía ser verdad.

- No, no puede ser. No puedo tener un hijo tan feo. - la desesperación se había hecho fuerte parapetada tras la sorpresa inicial para aparecer como un martillo pilón y acabar por derrumbar a Cinthya, supermodelo y actriz.

Hacía un año había dejado aparcada su carrera artística para cumplir con su deseo (y el de su flamante marido Ray, supermodelo y actor también, cómo no) de ser madre. Todo el mundo aplaudió con fervor la decisión. No es que no le estuviera yendo bien, realmente estaba en lo alto de su carrera, pero la llamada de la naturaleza en forma de reloj biológico inclinó la balanza en favor de la búsqueda de la nueva criatura que acababa de llegar al mundo. Además, los medios auguraban un futuro prometedor para el churumbel, basándose en las características físicas de los progenitores.

- Todos debiéramos dejar el futuro de la raza humana en estas dos bellezas - llegó a predicar un famoso rotativo.

La cosa parecía clara. Tras 10 años en la elite de las modelos, a los 24 parecía una buena edad para retirarse, o al menos ir dejando poco a poco el mundo de la pasarela para ir ganando terreno en el mundo del celuloide. Guapa con frase, ja! ¿Qué se creen?
La maternidad parecía una buena manera de dejar atrás un mundo frívolo para entrar en un terreno más serio, más profesional. Si no la tomaban en serio en muchas ocasiones por su condición de bellezón, tal vez la etiqueta de madre taparía la de tonta.

Esa vez incluso su madre, con la que no se llevaba bien desde que le prohibió operarse la nariz con 12 años, estuvo de acuerdo. Desde su punto de vista, esto podría devolver a su hija al camino de la razón y alejarla de las fiestas, la noche, las drogas y el sexo ocasional. Ray no le caía demasiado bien, pero lo admitía como parte de ese plan para alejar a su hija de lo que consideraba tan maligno. En el fondo confundía malo con cualquier cosa que alejara a su hija de ella.

La concepción fue bien, el embarazo fue bien, y el parto había ido bien. Todo según lo previsto, salvo por el hecho de que la criatura que había nacido era fea. No era una cuestión de malformaciones congénitas o cosas así de las que había oído hablar. El bebé estaba sano, simplemente, era feo.

De repente, lo recordó.

El colegio. Ese oscuro agujero de su pasado que había conseguido olvidar durante tanto tiempo ahora volvía para volver a hacerle daño una vez más. Cruel ironía la del destino. La patito feo del colegio se tornó en cisne y ahora de nuevo la fealdad le daba en la cara para hacerla infeliz.

- ¡Narizotas, narizotas! - se burlaban de ella desde pequeña.
- ¡Soplillo, soplillo! - se rieron después, cuando se hartaron de meterse con su nariz.
- ¡Flacucha, flacucha! - cuando encontraron una nueva debilidad en su débil constitución.

Sus ojos azules parecían no contar para aquella banda de cabestros que tan mal la trataban.

Después llegó la operación de nariz a los 12 y la de las orejas a los 13. Fue un punto de inflexión.

A partir del cambio físico y de colegio, todo fue mucho mejor. Un conocido cazatalentos la descubrió en la parada del metro mientras jugaba con su pelo. Y vio el filón.

Su carrera fue meteórica hasta que optó por dejarlo para ser madre.

- Madre de... ¿esto? - la luz y los espejos de su casa no mejoraban al pobre neonato.
- ¿Cómo puede ser? Tú eres una supermodelo y yo también... - alucinaba el padre.

Y es que el padre también había sido el patito feo de su colegio... hasta que se operó de todo lo operable.

El inocente bebé simplemente había recogido la herencia genética real de sus operados y modificados padres. Probablemente nunca tendría las perfectas facciones ni los turgentes pechos de su madre, ni los ojos ni la altura de su padre, todo ello modificado convenientemente a base de bisturí y dólares... a menos que también se los modificaran... convenientemente, claro.

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