Michael Jordan es el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos.
Así de claro y de rotundo. Sin discusión. Los hay con más anillos de campeón en sus dedos (también los hay con menos), los hay que han anotado más puntos, los hay que han sido más espectaculares (muy pocos...), los hay que defendían mejor (no siempre), los hay que son más imparables, más indefendibles... pero a la hora de jugarse la bola definitiva, la buena, la que define si una temporada es un éxito o es un fracaso, ahí, en esas situaciones límites de todo o nada, ahí es donde Michael Jordan es el amo y señor (...y por eso cabraba 30 millones de dólares por temporada).
Demasiadas pocas veces puede uno sentir que está viviendo un hecho histórico. Muchos lo sentimos con él y así lo ponían en las numerosas pancartas de la cancha de los Bulls. Con la perspectiva que dan los años, se ha hecho buena la idea que muchos tuvimos de realmente no somos conscientes de la suerte que hemos tenido de poder disfrutar del juego de este hombre??. Realmente hemos tenido mucha suerte.
Antes hubo muchos, después habrá muchos más, pero nadie tan resolutivo como él. Recuerdo el momento de lo que fue su último tiro ante los Jazz en el campeonato del 98. Todo a una carta. Jordan con el balón. Le defiende alguien a quien no nombraremos para no hacer leña del árbol caído. Quedan segundos, espera botando el balón, se escora a la izquierda de la pista, se prepara para entrar botando con la derecha. Arranca. El defensor le sigue, pero Él hace un recorte que dejaría atrás al mismísimo demonio y salta.
El tiempo se detiene, ese tiro desde
la bombilla va a ser histórico y lo sabe. El muy cabrón sabe que el defensor está en el suelo buscando su cadera y que tiene un tiro limpio, fácil. Va a entrar. Si pudiera apostar (mi religión me lo prohíbe), apostaría todo lo que tengo a que va a entrar...
Y entra. Cae al suelo con el brazo en alto, saboreando el momento. - Ya está. - parece decirse a sí mismo - Se acabó. Gané.
Creo que nada describe mejor a Michael Jordan:
ganador nato. Si a alguien no le gustaba perder ni a las canicas, ese es Él. Y es que, además, se acostumbró a ganar.
Desde la universidad, donde fue también campeón con un tiro suyo decisivo, este deportista patrimonio de la humanidad se ha cargado mitos hayá donde ha jugado.
Enumerar todos sus logros daría para muchas páginas (de hecho,
lo hace), pero me quedo con un par de ellas:
63 puntos cuando se
Dios se disfrazó de él en el mítico Boston Garden es una auténtica bofetada a la historia. ¡Qué partido!
El Tiro, contra Cragi Ehlo en primera ronda de los playoffs del 88. No sé si es más alucinante la canasta o el brinco de alegría de después.
El mejor canastón contra los Lakers. Entra cortando por el centro de la zona. Va a matear con la derecha y cree ver en el espejo retrovisor (porque no hay otra manera de verlo) a un rival que viene a defenderle por detrás. Bien, al hombre no se le ocurre otra cosa que pasarse el balón a la izquierda y hacer un giro aluciante de brazo para dejar el balón a tablero... y lo mejor es que no venía nadie por detrás!
Esto debería de ser de obligada visión para todos los escolares de 10 años...
En fin, que creo que es mi baloncestista preferido, creo que se nota, y para muchos también, aunque creo que ahora, últimamente, esta pedorra que le ha
copiado el nombre está ganando enteros en las búsquedas de google...
... ¿será por los
balones?
P.D: No perderse las caras del público en las fotos de las canastas decisivas. La gente de los equipos rivales
sabía que iban a palmar...