No quiero comer
Un gran compañero (que sin embargo se convierte en amigo) de asesinatos me indicó la dirección de un blog al que calificaba de alma gemela. Como ya tengo otra, creo que debemos de ser trillizos...
Debo decir que una vez más Javi acierta en sus apreciaciones porque lo primero que he podido leer en ese blog es una referencia a un artículo de Ismael Serrano que creo que ya había leído antes, pero que me viene al pelo para lo que quiero comentar hoy.
Tengo dos amigas. Se llaman Ana y Mia. En realidad no son mis amigas, me gustaría que no existieran. Esos son los nombres favoritos con los que se identifican las (y cada vez más los) anoréxicas y bulímicas (por ANorexiA y buliMIA) en los foros, chats, etc.
Hace un tiempo vi un extraordinario reportaje de cámara oculta en el que se contactaba con algunas chicas por medio de foros en los que se explicaban las 10 mejores excusas para no cenar o los 25 métodos más eficaces para vomitar. Era escalofriante leer cómo algunas compartían sus macabras experiencias con el jabón como agente vomitante, o que se comían un trozo de manzana atado con una cuerda para, una vez ingerido, extraerlo y provocar el vómito. Había quien se congratulaba de haber aguantado más de una semana a pan y agua, pero sin pan.
Pero la palma se la llevaba una chica. La buena mujer, se comía lo que ella consideraba una comida normal, después se metía una bolsa de cheetos que ella llamaba marca (de esos naranjas) y luego se comía hasta las uñas (las de los pies no, pero porque no se llegaba, que si no...). Pues bien, haciendo buen uso de la lógica, tras el atracón se metía en el cuarto de baño, y se ponía a vomitar hasta que veía que salían los cheetos de color naranja. Entonces dejaba de vomitar. ¿Que cuál es la lógica? Esta claro, ¿no? Estaba embarazada, de modo que lo que comía primero era para el feto, marcaba hasta donde ella consideraba que necesitaba el mismo y después comía compulsivamente. A la hora de vomitar pensaba: Hasta aquí, el resto para el bebé.
Si a alguien le parece normal que acuda raudo y veloz al médico, ¡por favor! No sé qué habrá sido de la criatura (ambas, madre e hijo/a)...
Se veían auténticas barbaridades que dejan a esta anterior como un cuento de hadas, de verdad que es alucinante a dónde se puede llegar. Y lo jodido es que les parece normal.
Ahora parece que se ya se ha pasado la moda de hablar de estas cosas en las tertulias de la tele, pero la verdad es que el tema está cada vez más extendido y, lo que es más preocupante, cada vez más jóvenes (se han detectado casos en niños de 6 años).
Se hacen esfuerzos en diferentes áreas, en el tema de internet se cierran portales prácticamente cada día (unos 350 en un año), pero eso sólo es esconder el problema.
Los trastornos alimenticios no son un problema de índole físico (que también, que las hay que mueren de delgadez), sino mental. Muchas veces se olvida el apellido al nombrar las enfermedades, porque, recordemos, se trata de anorexia nerviosa (la bulimia es sólo la otra cara de una misma moneda). Todo esto no es más que una cuestión de salud psicológica. Hay algo que arreglar en esas mentes, aunque, como dijo un gran sabio (mi padre): la solución no es limpiar cada vez que se ensucia, sino no ensuciar cuando se usa. Tal vez, cuando nos dejemos de preocupar tanto de nuestro físico y nos centremos más en cultivarnos como entes pensantes las cosas cambien. Claro que para eso hace falta una solución más global.
Supongo que los estereotipos de éxito asociados a la delgadez de la pedorra de turno (Paula Vázquez NO está buena) o las neuras con la talla, amén de todos los milagros que se venden para adelgazar no son más otra consecuencia de una sociedad que se autodestruye en aras del consumo: Paga por consumir, paga por gastar lo que consumes. Tanto tienes, tanto vales. Tanto follas, tanto vales. A menor talla, mayor éxito.
Parece que hay quien llega a esta conclusión de manera equivocada y se mete en semejantes líos mentales.
Voy a poner aquí el texto íntegro del artículo de Ismael mencionado al principio y que plantea el problema de raíz, que es la manera de atacar el problema con soluciones reales.
Imagino que si alguien con este problema se acerca por aquí poco o nada le afectará lo que le diga, pero quisiera plantear una pregunta: todo eso que haces, ¿te hace feliz?... tal vez debieras buscar en otra parte...
Diario 16: 10-12-2000
Ismael Serrano : La ciudad es un mundo
Orfidal
Los pulmones se quedan pequeños y el corazón te zarandea el pecho. Crees que vas a morir. Así que buscas en el botiquín la pócima que te salve del pánico, las pastillas que sedan el alma.
Multitud de jóvenes padecen ansiedad u otros trastornos del espíritu. Resultado del estrés casi siempre, las autopistas de los neurotrasmisores se llenan de camicaces y entonces el alma no cabe en el pecho. Jóvenes estresados. Jóvenes con miedo al fracaso. Jóvenes en cuyas conciencias esta sociedad podrida ha creado necesidades irreales, responsabilidades absurdas. Los médicos recetan ansiolíticos varios. Pero yo si fuera médico recetaría un buen trabajo, aunque las ETT¿s no me dejaran.
El trabajo del joven es precario y el mercado exige una dedicación completa, un ritmo frenético que no entiende de pausas ni de atardeceres. Miedo a salir de casa. Los jóvenes se van de casa de sus padres cuando dejan de ser jóvenes. Miedo a ser padres. O quizá miedo a ser como sus padres. Pequeñas mujeres, frágiles como un sueño, deshaciéndose como muñecos de nieve, vomitan por miedo a vivir. Anoréxicas, bulímicas a las que se les exige ser como la chica que me sonríe tras el cristal de la marquesina. Jóvenes con complejo de Peter Pan, con miedo a crecer tomando ansiolíticos para que el alma no les estalle como una supernova.
Algo le pasa a este mundo cuando tanta ansiedad llena los pulmones de miles de jóvenes.
Te invito a un café. Dejemos pasar esta tarde de otoño que camina lenta como una manada de dinosaurios y cuéntame cómo te va. No cojas el teléfono. Que les jodan a todos. Sólo dime lo bien que van a ir las cosas, cómo la calma de los próximos días traerá flores que crecerán en tu vientre.
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