Chernobileando veinte años después
Cuando ya hemos visto que el señor Push está pensando en utilizar armas nucleares contra Irán a pesar de la experiencia de Hiroshima y Nagasaki; cuando vemos que Irán se afana en su carrera nuclear; cuando el precio del petróleo hace más indispensable que nunca el uso de esta energía...
... llega el vigésimo aniversario de la catástrofe accidental más gorda de la historia nuclear: Chernobil.
Ayer hizo veinte años que la friolera de 8 toneladas de combustibles radiactivos escaparon al aire sin control, como cuando un canario se libera de las inseguras manos de un niño.
Ese niño en forma de 31 operarios, murió.
Pero no sólo afectó al niño, sino que centenares de miles de personas de los alrededores absorbieron radiactividad.
Millones de niños viven condenados a padecer un cáncer de tiroides a causa de la absorción de yodo.
Vamos, todo un record para un país como Ucrania, más conocido por ser la patria de Shevchenko que otra cosa... bueno, y por el envenenamiento de Yushenko.
Me pareció especialmente interesante un reportaje que dieron el otro día, no me preguntéis donde, en el que se hablaba de miles de personas que tuvieron que volver a sus contaminados hogares porque no tenían otro sitio a donde ir. Tuvieron que elegir entre quedarse en la calle a morirse de hambre o volver a un lugar donde la vida tiene una soga al cuello, una espada de Damocles, una fecha de caducidad menor que para el resto del mundo.
Y no sólo eso.
También se hablaba de que en la zona más contaminada, allí donde el hombre no ha podido volver, allí donde las condiciones han dejado la zona deshabitada de humanos, allí la vida se abre camino.
Según parece se ha formado un nuevo ecosistema con animales adaptados a las condiciones de vida existentes, y un auténtico zoológico está emergiendo entre las radiaciones. Se demuestra, otra vez, que la mano del hombre (y de la mujer, que no sólo va a haber paridad en el Congreso..., pa lo bueno y pa lo malo) es el peor condicionante en un ecosistema natural en el que todo acaba girando en torno al inestable equilibrio marcado por las necesidades humanas.
Toda clase de especies animales que han sido literalmente expulsados de sus hábitats naturales, han encontrado acomodo entre las radiaciones.
Caballos, zorros, tejones, castores, ciervos, liebres, etc, hasta huellas de oso se han encontrado...
Un bosque animado, nunca mejor dicho, entre los restos de la mayor cagada nuclear.
Viendo esto, es inevitable la pregunta...
¿somos los seres humanos peores para los animales que las radiaciones nucleares? ¿debería esto encender alguna alarma?
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