Misión Cumplida
Hace tiempo, en los albores de este blog, escribí un post que sigue viendo pasar los días y otros nuevos posts sin la suerte de haber recibido ningún comentario. Puede que de entre todos ellos, sea uno de mis favoritos, uno de esos que pasan más o menos desapercibidos (una aguja entre otras agujas, más que en un pajar), pero que encierran en sí mismos un pedazo de blogger, una parte de quien escribe y deja ahí, a la vista de todos, una vivencia, un sentimiento, plasmados en palabras encadenadas.
Más allá de lo rimbombante de lo que me está quedando esto, aquel post terminaba con una esperanza lanzada al aire, un final feliz que remontaba un post bastante gris en forma y fondo. Más allá de todo lo descrito, una realidad de todos los días pasa por encima de la inevitable certeza y hace que las cosas tengan sentido, encajen las piezas, y el mundo parezca un poco más habitable.
Hoy pretendo dejar aquí otro pedazo de alma. Otra parte de mí en forma de experiencia vital o sentimiento, que tiene mucho que ver con aquel post.
Entonces era otra persona quien hacía que la insoportable levedad del ser fuese un poquito más soportable. Hoy, una semanas y unos días después, otra personita hace reventar el diagrama para no sólo hacerlo soportable sino deseable.
Ocurre que Aysha ha venido a nuestro encuentro.
Con la perspectiva que da todo este tiempo vivido con una parte de ti ajena a ti, puedo confirmar que la paternidad es, de lejos, la mejor de las tres cosas que todo el mundo debiera hacer en su vida.
La experiencia nació (nunca mejor dicho) el tres de mayo. Esa mañana acudimos a la revisión de las 40 semanas para ver qué tal respondía la niña a las contracciones. Fue curioso comprobar que lo que todo el fin de semana estuvo llevándonos de cabeza, fueran efectivamente contracciones, y que la niña las iba soportando perfectamente, ahí, encajada en la pelvis como si tal cosa. Supongo que fue la experiencia de la matrona la que le dijo cual Pepito Grillo que pasásemos a la ginecóloga, para confirmar que efectivamente todo estuviera bien.
Y es que la ginecóloga se encontró con una dilatación de 2 centímetros, la bolsa sin romper, y el cuello del útero borrado.
- Estás de parto. Te vas para casa, recopilas todo lo que tienes que llevar, te duchas, y te vas para el hospital.
Ea pues, ya llegó el momento.
Llegamos a eso de las 13:30 a Cruces, con la tranquilidad que da el haber leído mucho sobre el tema y de sabernos en manos de buenos profesionales (aunque seguro que más de uno y de dos, eran del Atzetik).
Llegamos con contracciones irregulares y con una dilatación de tres centímetros. Nos dijeron que llegaba muy verde el tema, que a ver cómo nos habían dicho que fuéramos en el ambulatorio. Por suerte o por desgracia, en la revisión rompió aguas y ya no nos echaron.
Entró en una sala de dilatación y parto mientras yo revisaba correos en el móvil para pensar en otra cosa. No sé en qué otra cosa, pero el dejarte ahí con la única compañía de un papel con normas y sin saber nada durante más de media hora empezaba a crispar nervios.
Al final pude pasar. Estaba tranquila en una cama de la 8, la sala de partos más grande. Todo tranquilo, me dio el informe de situación, y a esperar. A eso de las 16:00 me fui a comer el primero de los medios sandwiches de máquina de los que iba a disfrutar durante ese día y el siguiente.
Todo seguía igual, hasta que le vinieron a revisar.
- Usté, a la puta calle.
Bueno, pues nada, me voy a echar un café y de paso busco un garito cercano para cenar, porque esto parece que va para largo.
Al volver me dice que sigue de tres centímetros y que le han puesto oxitocina para acelerar el proceso.
La matrona, cuyo nombre ya no recuerdo, muy maja ella, responde a casi todas nuestras preguntas de manera clara y eficiente.
El gráfico de las contracciones se acelera un poco y ella va notando un poco más de dolor. Las respiraciones del cursillo de preparto parecen no ser suficientes para sobrellevarlas bien, de manera que la matrona nos aconseja, ya que la queremos, poner la epidural ya. Si quieres un parto natural, pues te comes todos los dolores, pero si sabes que te la vas a poner, no tiene sentido esperar.
Vale.
- Usté, a la puta calle.
Bueno, pues nada, vuelvo en media hora. No recuerdo la hora.
A la vuelta no sé si entrar, o no, pongo la oreja en la puerta y ante el silencio, entro. Ya no respira a resoplidos, la cosa se ha calmado, y ya no hay dolor.
Le han puesto una vía por la que poder administrar refuerzos de epidural en caso de que fuera necesario.
Pero sigue de tres, van a avisar al ginecólogo de guardia. Parece que la oxitocina, que ya va por una dosis por hora cuatro veces mayor que con la que empezó, no está haciendo su efecto para dilatar (oxitocina = más contracciones = mayor dilatación, en teoría).
Al parecer, tiene un anillo en el cuello del útero que no termina de dilatar. Le dan algo para que se abra, y no nos toca otra que esperar.
Las horas se empiezan a acumular, y para pasar el rato, leo. Le leo los primeros pasajes del libro de Ruiz Zafón que ahora viaja conmigo en la mochila (El Príncipe de la Niebla). El libro tiene todo el sabor de este autor de estilo inconfundible, pero la situación se alarga hasta la siguiente revisión.
Las cosas siguen igual, no dilata. Cuando puedo volver a entrar, la futura madre me dice que el ginecólogo ha puesto cara rara, y la sombra de la cesárea planea por unos momentos sobre nosotros. La oxitocina está 10 veces por encima de lo que comenzó.
Sigo leyendo en alto, intentando mantener tan bajos como puedo esos pensamientos. No es que tengamos nada en contra de las cesáreas, pero siempre tiene uno en la cabeza aquello de que lo natural es sinónimo de bueno... incluso a pesar de que hay venenos la mar de naturales.
Las cosas parece que van a empezar a no estar tan controladas como pensaba al principio. El nerviosismo pasó a otro nivel cuando ella empieza a notar las contracciones. Resulta que tiene la pierna derecha medio dormida, la izquierda un poco, pero nota las contracciones en los riñones. Le duele, a pesar de la epidural, le duele. Empieza a respirar como en el curso, pero no parece que vaya funcionando.
Pulsamos el botón de F1, y la nueva matrona nos escupe a la cara la posibilidad de aumentar la dosis de epidural, que para eso está la vía que le han dejado. Ella duda, y la duda colma la paciencia de la matrona. Entiendo que cuando a una profesional de la medicina no le puedes dejar la decisión de si quieres (más) epidural o no, porque es una decisión que no es médica. Ante cualquier tratamiento, van a machete, como se ve en cualquier capítulo de House, pero ante algo voluntario, no pueden tomar la decisión por ti (por si luego pasa cualquiera de esas horribles cosas que te obligan a leer y firmar que has leído para acceder a la anestesia). Pero la tipa es seca como la mojama, como un formulario de windows: ¿Quiere más epidural? Aceptar - Cancelar.
Este comportamiento se repetirá en las sucesivas horas, pero por ahora tiramos de refuerzo. La pierna derecha se le duerme por completo, siente un hormigueo en la pierna izquierda, lo que espero que signifique que algo de la dosis le vaya a los riñones, donde está sintiendo las contracciones de manera intermitente: un minuto sí, un minuto no.
La respiración del curso parece no servirle para nada, y tiramos por las respiraciones de relajación de ese Yoga que ha practicado desde hace tanto tiempo. Mientras tanto, intento relajarla más con frases de ánimo, de control, que a mí no me valdrían, pero espero que a ella sí.
Vuelve el ginecólogo, de nuevo a la calle. Salgo y me quedo con la puerta pegada a la oreja, medio a oscuras, en el pasillo. Un nuevo padre sale del paritorio de al lado y debe pensar que soy una especie de extraño obseso sexual ahí agazapado contra la puerta. Parece tranquilo, supongo que una vez terminado todo las cosas se ven de manera diferente. Aquí fuera, pensando en los dolores que está padeciendo y en que los mismos no entraban en el guión planeado, empiezo a sufrir la angustia natural de este tipo de situaciones.
Entro como si nada tras dos toques de nudillo y sin esperar un "adelante" para enterarme de primera mano de cómo están las cosas.
- Ha dilatado de 6, al fin, bueno, parece que va la cosa bien. En dos horas volvemos.
Joder, qué escueto. En realidad, tal vez no fue así, pero fue como lo viví. No tenía orejas para nada más supongo.
En esas dos horas, el dolor sigue, habrá un par de refuerzos de epidural un poco inútiles y 110 minutos de desesperado intento de animarla que esperaba que lo fueran un poco menos (inútiles...). La angustia pasaba a cada mirada al reloj, más enorme que nunca en la pared, y sin un puñetero segundero al que cargarle toda ella (la angustia...) para que fuera un poco más rápido. Creo que en la vida dos horas duraron tanto y tan poco, cuando cada minuto soportado era como una nueva frontera alcanzada que valía más que todo el restante. ¿Sabéis esas esperas en las que más que pasar 5 minutos piensas que aún te quedan todavía 55? Pues esto fue eso mismo, pero lo contrario, y con la sensación de no estar sino haciendo el gili en cada uno de esos minutos. La impotencia ha tomado un nuevo significado a partir de esas dos horas.
Al fin, dos horas y 20 minutos después, a eso de las 3:20am, entran de nuevo la caballería. Prácticamente repito la jugada anterior, salvo que esta vez no hay un nuevo padre que me mire como a un sicópata.
- ¡Albricias y zapatetas! ¡Júbilo y regocijo! ¡Orgullo y satisfacción! Ya está totalmente dilatada, 10cm, ALELUYA!
Creo que una banda de colegio con trombón y todo pasó por la sala de partos ante tal noticia. En un capítulo de Alley McBeal habrían salido féminas élficas lanzando florecillas silvestres por toda la estancia.
- En una hora volvemos.
??????????????
Sí, imaginaos ahora el soniquete trompetero de bajón brutal (el clásico ya "fracaso absoluto" de El Hormiguero).
¿Pero cómo que una hora más? ¿Pero no está todo ya en su sitio y como debe? Una puerta cerrada nos responde.
Una hora más de agonía por delante que no entendemos. Pero no quedan más narices. Hemos superado más de dos horas, una más no debe ser problema. La esperanza se mezcla con una preocupación menor de ver la luz al final del túnel. A pesar de ello, la hora se hace laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargaaaaaaaaaaaaa como el piropo de un tartamudo. Ahora ya no importan los minutos que pasan, que también, sino los poco que empiezan a quedar.
A eso de las 4:20, entra la matrona con su ayudanta. La futura madre está agotada tras tantas horas (casi 14). La mano dura de la matrona se convierte en Iron Hand. Quiero pensar que es lo que necesita oir para afrontar el momento definitivo, todo aquello a lo que todas estas horas y dolores nos ha traído: el expulsivo.
Le levantan las piernas (la derecha sobre todo, porque no la siente) y yo me pongo en la cabecera de la cama, no del todo seguro de estar preparado para ayudar.
Vale, empuja.
Sentir las contracciones, que hasta ahora era un problema, ayuda a marcar los tiempos de empuje. Ya no es mi mano la que aprieta para hacer fuerza, sino los dos agarradores dispuestos a tal efecto. Le corrigen la postura un par de veces, los codos más arriba, que estás haciendo fuerza donde no es, vamos, la fuerza abajo, va.
Dos o tres empujones después, la matrona se pone a hablar del cambio de turno que ha pedido su ayudanta. Si no empujas más, esto no va adelante, tienes que mantener la fuerza. Después sabré que hay que ha estado dos horas en esta situación. Sigue empujando, y aguanta más de lo que aguantaría yo sin respirar, aguantando la fuerza y el resuello como nunca hubiera imaginado.
Pero no es suficiente. Tras enterarnos de que entre las del otro turno hay alguna que es un poco seca, nos dicen que así no vamos bien, que como no empuje más, van a sacar a pasear a Monsieur Forceps y Madam Ventosa.
Después supe que esto fue definitivo para el transcurrir de los siguientes acontecimientos. Tenemos una amiga a la que desgarraron involuntariamente con esos instrumentos y que un año después aún sufre las consecuencias, de manera que acabó echando el resto.
Empuja como si le fuera la vida en ello. En una de estas, una bola roja recubierta de pelo negro aparece tras el acantilado de sus piernas. La matrona parece dedicada a lo suyo.
- ¿Quieres que te la ponga en el pecho?
Entre tanto esfuerzo la pobre tarda unos segundos en procesar la pregunta. Un par de empujones después, una cosa roja, alargada, estirada, alucinante, acaba en sus brazos. Yo la veo en una perspectiva poco adecuada, pero ya está aquí. En ese instante, no sé llevado por qué, miro mi reloj. Mi pequeño reloj de pulsera toma la delantera a ese enorme reloj de pared que tanto nos ha acompañado en este viaje: las 4:44.
Manda pelotas, pienso, durante un instante sólo, antes de volver a la realidad de contar los dedos de sus manos, de sus pies, de ver como le cortan el cordón umbilical.
- Mira, tiene pelo.
- Siiiiiiiiiiiiiii - era una ilusión de la madre que tuviera pelo, pero hasta este momento ni lo había notado.
Mientras alucinamos como gilipollas de todos y cada uno de los primeros segundos de vida de ese pedazo de nosotros mismos que acaba de nacer, la matrona sigue con lo suyo. Entre todas las cosas, 3 puntos superficiales que después nunca supimos si fueron acompañados de alguno interno; en todo caso, muy bien esta parte.
- En una hora volvemos.
Joder, es la primera vez en todo este tiempo que me alegro de oir algo así. Si aún tiene dolores, parecen habérsele pasado, de manera que nos tiramos una hora (o más (o menos (o yo qué sé ya))) jugando al Un, Dos, Tres responda otra vez, a ver quien flipa más: tu madre va a alucinar, tiene los ojos rasgaditos, es una cucada, tiene cara de chica, viene con todos los accesorios, tiene los pies largos...
Pasado ese tiempo, viene una enfermera que se la lleva al aparatejo de rayos UVA de al lado. En realidad es un calefactor para que no se enfríe, pero lo parece. Es roja como un guiri tosdado al sol en Torrevieja, Alicante. Larga como 50 centímetros, pesada como 3.160Kg y una pocholada. No tiene cara de bebé, tiene cara de nuestro bebé, si se me entiende.
A eso de las 6:30, más temprano que tarde ya, subimos a planta. Mientras sacan a la madre, ahora soy yo el nuevo padre que sale por la puerta que tantos quebraderos me ha dado y ve a otros en esa situación. Parece un viaje en el tiempo en el que efectivamente constato que cuando se ha pasado, las cosas parecen mucho más tranquilas. Saco toda la ropa de las taquillas y espero a la madre para subir por el ascensor.
Vamos a entrar en una habitación, la 292 (capicúa, toma!), en la que alucino que antes de entrar, esperamos a que el celador saque un par de sillas y bultos. Entra la cama, al lado de la ventana. La habitación es pequeña de narices (de ahí que haya que jugar al Tetris con el mobiliario para que encajen todas las piezas), con otra pareja de felices padres con los que nos damos la enhorabuena mútua, pero que es casi el inicio de otra historia y un buen final para esta.
Bueno, salvo por que una de las dos enfermeras que más nos ayudaron después nos hizo una pregunta sorprendente:
- ¿Quieres un cola-cao?
P.D: para los más interesados, al final fue un zumo de naranja.
2 comentarios:
Emocionante.Gorka me ha encantado como has relatado todo el proceso,para mí,que estoy a punto de ser madre,ha sido electrizante...dentro de poco mi hijo Aitor,su aita y yo recorreremos esos mismos pasillos...Enhorabuena bikote
Eskerrikasko y ánimo, que realmente, cuando se pasa, todo se pasa :)
Me alegro de que te haya parecido electrizante, era la idea y creo haberlo conseguido en este post.
Salu2!
P.D: Go Aitor, GO!
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