Camina siempre adelante

Habían pasado unos meses desde que el primero de los compañeros fue liberado del yugo común que sufríamos. Internamente, aún pensaba en cambiar las cosas desde dentro, en intentar modificar el rumbo de las decisiones sufridas hacia lugares que un par de años antes ya habíamos imaginado y tratado de mover.

Las cosas de palacio podían ir suficientemente despacio como para diluirlas en el trabajo diario, y en una de esas limpiezas de disco duro anuales, me había chocado de frente con las hasta ocho versiones del documento tratado en aquellas reuniones fuera del tiempo y del espacio de la oficina. Muchos estaban de acuerdo en hacer algo, algunos estaban por la labor de participar, unos pocos fueron necesarios para pararlo, simplemente bajo el látigo de la indiferencia.

Por aquel entonces, ya había un "nosotros" y un "vosotros" que se escupían desde ambos lados de la tierra de nadie, esa que ni fú ni fa, ni sí ni no, ni bien ni mal. De #padefos está lleno el mundo, eso lo sabemos, forman parte de esa buscada clase media que ayuda a mantener a raya a las clases bajas, autoengañándose como si fueran parte de las mismas a las que se intenta subyugar. Esa misma clase media de la que formaba parte, que no juez, de los que proponen a la espera de la disposición de la deidad competente, ahogados en su propia proactividad "mal entendida" por todas las partes.

La mayoría de los caminos que se abrían ante mí en la intención de hacer la atmósfera más respirable habían terminado en el callejón sin salida de la puerta siempre abierta, y el resto por probar no tenían pinta de ser diferentes, con lo que cada vez era más fácil dejarse caer en el desánimo y la desilusión reinantes por doquier.

El tío Tom cabizbajo en el porche de su archiconocida cabaña era la imagen recurrente que venía a mi mente y que aún hoy creo que refleja mejor que cualquier otra metáfora o requiebro literario el sentir de aquellos días.

No has de confiar en la piedra con la que puedas topar, ¡apártala del camino! por los que vienen detrás.

Inevitablemente, cuando lo que sientes, lo que dices y lo haces no van en consonancia, acabas en un callejón sin salida gris y anodino que te va destrozando por dentro y en el que intentas hacer lo que sientes, a pesar de no decirlo, simplemente para poder seguir adelante en un camino que ya sabes que no te llevará a tu éxito. Y cuando no puedes pasar otro día sin decirlo, casi sin querer en un comentario en un café, imperceptiblemente en una reunión de equipo, inadecuadamente en un email de respuesta que nunca envías y borras y reescribes, sale a la luz.

Es inevitable.

Y como las desgracias, dicen, unen, esos días constatas que los enemigos comunes hacen extraños compañeros de penurias; une, eso sí, tal vez con quien menos te esperabas. Y ya sin miedo a decir lo que sientes aunque sea como en un viejo garito clandestino en plena ley seca, se hace mucho más fácil asumir los actos que necesitas para alienar tus chacras y la santísima trinidad: piensa, di, haz coherentemente, o sé infeliz para los restos.

Apoyado totalmente en la invalidez de las buenas palabras, de las buenas acciones y de las buenas intenciones, te autolegitimas para hacer aquello que te va a permitir volver mañana.

Todo clandestino, todo furtivo, todo encubierto. Desde pelear un "venga, vale" que le dé un poco de sentido a lo que haces, hasta pasar por encima de todo lo que se dice en una reunión porque antes muerto que permitir que un usuario vea sus datos accesibles públicamente sin ser plenamente consciente de ello. Sobre todo porque lo clandestino tiene un punto de resistencia francesa contra el invasor, de robinhoodismo contra el opresor, de rebelión en la granja. Que mola.

Y funciona. Durante un tiempo.

Porque nada cambia.

Como limpiar una herida sangrante un día sí y otro también, porque es abierta un día sí y otro también, lo clandestino te alivia un rato, cada vez menor, de un día que cada vez es más largo.

Y no funciona.

Porque nada cambia.

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Así que esta carrera por la supervivencia acaba tratando de sacrificarse por los demás. Por tu familia que cuenta contigo y ese trabajo, por tus compañeros que cuentan contigo como apoyo en la lucha contra sus propios demonios, por tus proveedores a los que no quieres tener que mentir u obviar cuando te preguntar por temas más allá de tus atribuciones porque nadie más les responde, por tus usuarios que son la verdadera gasolina para que todo se mueva.

Hasta que no puedes más. Y de la misma forma que tú has libertado a quienes tuvieron la suerte de encontrar una salida, de repente eres libertado por esos mismos que te quedan por libertad. Y libertador que lo liberte, buen libertador será.

Y te vas. Y yendo se conjuga con mal rollo. Uno que sin saber hasta qué punto alguien alivia con una simple taza.

Y desapareces. Un par de meses. Porque necesitas desintoxicarte. Y constatar que otro mundo es posible y que no estabas loco, ni siquiera de parranda. Y las cosas se tornan nítidas desde la distancia.

Porque todo cambia.

Para ti al menos.

Y sin poder dejar de preocuparte, vives desde lejos los latigazos. Como si sólo tú hubieras escapado en Sleepers (http://es.wikipedia.org/wiki/Sleepers) y supieras lo que viven tus excompañeros de celda.

Y vuelves a intentar ayudar. Más asentado. Más fuerte. Desde la lejanía. Esa que lo hace todo más pequeño.



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Y de repente alguien acaba saliendo. Con dos cojones y un juicio. Tras una baja por estrés que parece cuatro. Liberado al fin, tras tanto tiempo de estrecha colaboración. Pocas veces me he alegrado tanto de que alguien acabe en el paro.

Recientemente he tenido la oportunidad de colaborar con otra de esas personas. Un side-project que ha vendido 20 unidades en más o menos un mes. Nunca lo habríamos sospechado.

Y es puesto en el punto de mira. Tras meses en una situación similar a la que viví. Y acaba viendo la verdadera cara de su enemigo en casa. Y entonces creo que comienza a comprender lo que significó aquella taza en aquel momento. Y le devuelvo el detalle. Y me aporta ideas de mejora del producto. Y le haremos caso.

Y aún quedan.

Y seguiremos ayudando. En lo que necesiten. Porque hasta que todos y cada uno de ellos sea libertado, no será posible dejar atrás tanto tiempo de camaradería forjada a golpe de galera.

Ahora sólo queda liberar a dos más para terminar con todo y dejarlo atrás al fin.

Y encima les habremos hecho un favor, como un puente de plata a enemigo que huye... si es gratis.