Qué me pasa, doctor?

Este fin de semana he estado en la Capital del Reino. He viajado en coche acompañado de familia, y hoy he ido a Vitoria, solo, en misión especial.

Entremedias, han acontecido varias situaciones que han hecho del viaje de hoy un ejercicio de liberación. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor; tal vez porque en el pasado éramos más jóvenes, pero en cualquier caso, las diferencias han resultado evidentes.

El viaje a Madrid transcurrió tranquilo, con algo de lío en la salida desde Vitoria hasta la entrada de la autopista por aquello de los "franceses de segunda" que se vuelven a sus países de origen a través de la piel de toro. Pero en cuanto todos se fueron para Valladolid, el camino estuvo completamente liberado hasta más allá de la M-50.

El de hoy, subiendo Urkiola camino el Carrefour, desde donde me habían confirmado que ya estaba el cofre para el coche, el que irá sobre las barras de la baca que estuve poniendo, no sin ciertas idas y venidas, hace unos días, ha sido totalmente diferente. He ido solo, y con la música a tope para intentar no pensar. Lamentablemente, no ha sido posible y mi cabeza ha pensado por encima de la estridencia musical.

Es curioso como las conversaciones fluyen de manera natural entre familiares que hace cierto tiempo que no se ven. Sobre todo cuando uno trabaja en el mundo de la informática, lo que suele matar de raíz casi cualquier referencia al trabajo propio. Menos mal que el trabajo ajeno era de lo más interesante, en tiempo de cosecha de cebada, de esa con la que se hace cerveza si no pasa de 13 de humedad. Sabed que 2 de cada 10 cervezas se hace con cebada alavesa.

En cambio, ni la música ha podido parar el dolor de cabeza causado por las vueltas y revueltas dadas en torno al posible contenido de este post. Como una pantera encerrada en una jaula, sabiendo exactamente que no se encuentra cómoda, y que quiere salir, pero no encuentra la manera de pasar la cadenita por el agujerito para liberarse. Así he estado, encerrado entre los entresijos de mi mente maltrecha y dolorida, intentando decidir si es mejor tirarse contra las rejas, intentar rebanarle el cuello al vigilante o suicidarse con las garras que siguen alerta ante tanta tensión.

El fin de semana pasó entre gente mayor que yo. Ocurre cuando acudes a la boda de tu padre y eres el menor de los primos. Aunque es verdad que había menores que yo (alguna primastra heredada incluida), en general el tiempo pasó entre cincuentones orgullosos de serlo, con una mentalidad de adolescentes renovados y educación franquista. Me pareció muy interesante acuñar experiencias vividas y por vivir de personas a esta edad. Supongo que no puedo evitar pensar que cuando Aysha tenga 18, yo habré sobrepasado la cincuentena (y subiendo) y me encontraré en la situación que están ellos ahora (casi "peor", porque sus hijos son de la treintena a estas alturas y se van al Annapurna en octubre!).

Al llegar al Carrefour, he tardado unos 10 minutos en encontrar a una dependienta. No es de bazar, pero llama y suena por megafonía que alguien (yo) pide a alguien en información de bazar. Otros 10 minutos después sigo mirando alrededor con cara de gilipollas. Otros cinco después, encuentro a una chica con polo rojo y letras blancas trajinando entre cajas y que me hace caso. He estado a punto de mandarles a la mierda y volverme sin el cofre, supongo que la indecisión de la pantera ha hecho la elección por mí. La chica se lleva mi carro (me lo robaron?) y me lo devuelve con una caja que no aparenta caber en "el asiento trasero de un coche", que me habían dicho en la llamada de teléfono.

El domingo por la mañana una de las cincuentañeras tenía que volver en autobús, pero como mi tío finalmente no pudo ir, había un sitio libre, que no se tardó ni medio segundo en ofrecer para evitar el billete de bus, y sobre todo, el madrugón y la pesadez del viaje. La buena mujer duda, se ve que ha sobrevivido toda su vida buscándose la ídem, sin esperar que un ángel de la guardia venga a resolverle el nullpointerexception (perdón, esto no es de aquí...), y sabiendo que no tiene derechos adquiridos sobre el sitio, aunque esté libre, del coche. Duda, recela, a ver si va a molestar, que no mujer, que nos pilla de camino, te dejamos en Vitoria y luego seguimos a casa, es que no sé, si llegamos parecido saliendo más tarde, así vas más tranquila, bueno vale. En la parada de pis y bocata de rigor, consigue lo que no me han dejado hacer en toda la travesía: pagar. Que no puede ser que se nos haga un favor sin dar algo a cambio, que es de bien nacido ser agradecido.

La puñetera caja no cabe ni de coña. Cual sólido rígido que es, lo hago girar en torno a sus tres ejes principales de inercia (no hay simetrías, así que los giros estables son el mayor y el menor, jo, qué memoria, como un paquete de tabaco), pero ni pa dios. Mientras estoy pegándome con él, una rubia con el tanga por encima de su apretado pantalón me pita para que quite el carro que se me ha ido un poco al aparcamiento de al lado. Le estaré eternamente agradecido por dejar el coche de manera que no podré meter la silla de la niña, que he tenido que quitar para hacer del Ibiza algo más que media furgoneta, por la puerta del copiloto y tendré que pegarme con ella desde el asiento del conductor. Al menos el cofre entra en el coche, pero no queda sitio para nada más; hasta he tenido que girar los asientos de delante hacia adelante (valga la redundancia...), así como los reposacabezas (en lugar de reposar la cabeza en el reposacabezas, reposaba el reposacabezas en mi cabeza, toma trabalenguas). Pensando en que la probable multa va a terminar por desquiciar a la pantera que aún sigue dando vueltas y vueltas, cada vez más agitada, salgo para casa sin espacio (literal) para llevarme la lista de la compra. Curioso, algunos de los del medio atasco del sábado iban así.

Llegamos justo después de la hora de comer el domingo a Vitoria y tras pasar por la parada de autobuses y despedirnos, nos vamos al pueblo de mis tíos y primos a recoger mi coche.

-Nosotros estamos ya en casa y tú todavía tienes una hora más, ume!

Esta preocupación por los que están peor que uno es también propio de la educación de esa edad, sin duda. Los tres cuartos de hora de camino a casa van tranquilos, casi liberado de esa sensación de desvivirse por los demás, de procurar que el resto de la mesa esté cómodo, de echar una mano y tratar de no molestar aún cuando es obvio que esa solución es la mejor.

Pero tranquilos, el lunes por la mañana, ese primer día de mi pseudo-fin-de-semana, las cosas volvieron a su cauce, siguieron por es cauce en mi falso domingo, y me arrastró en su cauce ayer y especialmente hoy.

Y me preguntan qué te pasa, y yo no sé qué contestar... que cantaba aquél...